Blood Letters...

jueves, 8 de diciembre de 2011

Tienda de olores...

Cuentan desde los rincones más recónditos de mis sueños que una vez existió una tienda donde se podía comprar todo tipo de olores...

Esos olores no son las típicas fragancias que encontrarías en cualquier perfumería, los interesantes de verdad estaban en la trastienda; un pórtico a otra realidad dentro de la misma estancia, una vuelta a sus orígenes o simplemente un apartado de la misma que decidió alejarse del mismísimo paso del tiempo.

Podías encontrar olores de todo tipo, desde especias colgadas en los estantes hasta frascos que contenían diversos olores. Chocolate con menta, vainilla con jazmín, rosas silvestres con un toque de té, cerezas recién cogidas, melocotón... e incluso el olor a vapor de la ropa recién planchada.


Sentir tal cantidad de olores era abrumador y a la vez estimulante, parecía haber todo tipo de esencias recogidas en esa biblioteca del olor. Cuando pedí un olor más específico pero menos concreto, algo más complejo pero que fuese lo que yo buscaba el vendedor por un momento meditó.

Él ya conocía mi colonia, desde que entré no dejó de olisquearme y fijarse en aquellas esencias que yo olía. Cuando se decidió me acercó un frasco en el que ponía "Londonize". Era diminuto en comparación a los que había estado oliendo desde que entré. Me rasqué la nariz percatándome de que ya no olía a nada y abrí la diminuta botella.

Pude sentir la lluvia mojando la piedra, las calles silenciosas donde la niebla se apoderaba de todo. Tal ve era granito lo que percibía, algo de madera humedecida y distintas fragancias distorsionadas. En ese momento sentí un calor que ahuyentaba mi frío. Sentí los chasquidos de la madera ardiendo y el característico olor a carbón. Era como sentirme en casa, un olor que jamás había sentido pero que muchas veces había imaginado, algo que por mis pocas nociones pude simular tantas veces en mi mente...

Sí, era el olor recogido de las calles de Londres, un olor que me hubiera gustado tanto vivir...

De pronto el vendedor puso cara triste, debía cerrar y yo aún tenía tantas ganas de conocer olores que no había podido vivir...

De una caja de madera extrajo un cilindro con cristal de aspecto tan frágil y delicado como sólo sus dimensiones podían aparentar. Me dijo que este olor no me gustaría, pero que era la única forma de alejar mi curiosidad.

Mis sentidos se alarmaron, me preparaba para cualquier tipo de esencia maloliente, azufre, carne en descomposición, pescado pasado...

Cuando destapó el frasco no lo pude evitar, le vi a él y por unos segundos todo cuanto representaba tomó forma. Ahí estaba, su piel, su colonia, su sudor... todo, todo cuanto había olido y por ende cuanto había sentido tomó forma.

Al cerrar el frasco era como si su presencia continuase aquí, en la tienda. Como si pudiese espiarme desde algún rincón, como si estuviese jugando conmigo.

- "Devolver a los muertos era mi función". - Dijo el vendedor y entonces todo encajó. Había muchos olores con los que deleitarse pero lo que se vendía en esta tienda no eran olores, si no recuerdos. Tiempos mejores tal vez, amores perdidos o simplemente personas que ya no estaban aquí...

Una colonia concreta puede ayudar, pero no hay nada como captar la verdadera esencia de esa persona en un frasco y deleitarse una y otra vez de su efímera e intangible compañía.

Mucha gente infravalora el gran poder del olfato. Es cierto que en la actualidad está poco potenciado por nuestro consciente, sin embargo, es uno de los pocos accesos directos a nuestro lado subconsciente.

Para tranquilizarnos, para excitarnos o incluso, para enamorarnos...

Sí, enamorarnos... no sólo basta el conocer a alguien, la atracción física es un proceso químico y se desarrolla gracias al olfato, aunque no es lo único pues existen muchos más factores que potencian esa situación. El problema es que sólo con un olor eres capa de evocar todo eso, cuando una palabra con el tiempo deja de perder ése significado.

Papel viejo, una foto recién hecha, leche con galletas... Son los pocos olores que capté mientras abandonaba la tienda, aturdido, desorientado, confuso...

La tienda ya no estaba, no era más que unas ruinas abandonadas entre dos grandes escaparates de ropa. El tiempo parecía que sí se había cebado con la pequeña tienda pero pese a no quedar más que montones de madera y piedra sin forma aparente, todavía podía oler la breve felicidad y la gran melancolía que me aportó ése pequeño espacio.




NaiT

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