El siguiente texto es tan incierto como el recuerdo que lo evoca, pero no más que la imaginación capaz de adentrarme en unos parajes lejanos junto a la compañía de aquellos a los que no he visto, pero concibo como allegados...
Todavía no recuerdo el cómo ni el por qué, pero aquel fin de semana acabé en esas verdes praderas que una vez ya conocí, pero éste viaje sería muy diferente...
Estaba en Asturias sin mucha más aspiración que la de conversar con viejas amistades, redescubrir hermosos paisajes y entablar contacto con algunas de las nuevas personas que habituaban mi LINE o Whatsapp.
Voy en el bus contemplando el verde de los árboles de eucalipto contrastado con el gris del cielo. El único color que falta para crear una diversidad perfecta entre los matices de las diversas tonalidades es un rojo intenso, un rojo que destaque entre el claro azul grisáceo y el verde brillante de la vegetación. Pero él ya no lleva el pelo rojo, aunque voy a su encuentro, pronto le veré.
Estoy nervioso, más que por conocer a un chico encantador, por ser capaz de contener todas las perversiones que ha albergado mi mente en éste tiempo en el que nos hemos ido conociendo.
Y es que pese a no ser estrictamente mi prototipo de chico ideal por pequeños matices, no puedo evitar quedarme absorto al ver cuán elegante es al cruzar el umbral entre un modesto, educado y cultivado norteño al más puro estilo de casta privilegiada a ser un pérfido hedonista y cruel sátiro con matices de señor y a la vez de sumiso.
Un embaucador encerrado en la dócil apariencia de un niño encantador.
No obstante su forma de ser en esencia era de las más tiernas que me he encontrado. Tiendo a dejarme llevar por esas almas carentes de algo que creo poder aportarles y que no poseo ni para mí mismo, pero así es, un chico fuerte que pide a gritos mudos algo más en su vida y yo, presa del azar, estoy aquí para concedérselo.
¿Pero qué es el azar si no la afirmación o retracción en cuanto a actos de nuestras propias decisiones?
Podía ver cómo se acercaba. Cada vez me resultaba más deliciosa su imagen. Su tez pálida, su figura delgada sumado a su altura... Realmente su cuerpo era exquisito y sus ojos un profundo cielo gris como el de sus propias tierras, un reflejo de su entorno y puede que hasta de la grandeza de cuanto se ocultaba tras ellos.
Nada más llegar le dí un fuerte abrazo y dos besos en la cara, aunque mis ganas de saborearle no hicieron más que despertar.
Hablamos largo y tendido de diferentes temas tanto al pasear como al parar a tomar algún té en una cafetería.
Da gusto poder hablar con libertad de cualquier tema, bromear a nivel sexual o incluso criticar a momentos como auténticas verduleras. Una persona así de completa me resulta imposible de concebir como alguien que pase tiempo en soledad o no pueda disfrutar de la compañía de un semejante, alguien que le merezca o simplemente que le pueda servir y complacer como compañero de "viaje".
No obstante mis ganas avanzaban terreno a mi consciencia y no tardaría en someterme a la voluntad de la libido.
Estábamos sentados contemplando el paisaje en un parque cuando él apoyó su cabeza en mi hombro y comenzó a ronronear. Pasé mi brazo por su nuca y lo acerqué más a mí. Con mi otra mano fui en busca de la suya y no dejé de acariciarla como pobre reclamo a una invitación más evidente.
Con la mano libre anclada al brazo que le rodeaba, comencé a acariciar su cabello. Enredaba y desenredaba sus mechones entre mis yemas y acariciaba de tanto en tanto su rostro.
Pronuncié su nombre casi susurrando en su oído a lo que él reaccionó casi de inmediato, como si volviera de pronto a la realidad, como si hubiera despertado.
Cuando se incorporó me acerqué a él comencé a besarle el cuello. Su blanca y fina piel ahora ya estaba siendo tímidamente degustada, pero la cosa no quedaría ahí. Ascendí hasta su oreja y con sugerente respiración le dije: "Quiero ver un hórreo de cerca".
Cuando nos encaminamos hacia el hórreo, esta vez tomé su mano, yendo cogidos en busca de ése granero/almacén tradicional de la cultura asturiana e incluso gallega.
Llegamos a una finca de aspecto no muy cuidado, habíamos caminado bastante pero la razón era buena, y si él no era consciente de ello, pronto lo sería.
Nada más llegar a la construcción que me causaba tanto interés le puse con la espalda apoyada en una de las columnas que sostienen el hórreo. Fue ahí cuando comencé a devorar sus labios.
Mis manos no tardaron en apuntarse al plan escudriñando su cintura, su pecho y su espalda mientras mi lengua se batía con la suya en una danza por tomar el control.
Pronto logré aprovechar la invasión de mis manos para librar a mi presa de su camiseta dejando a la luz el esplendor de su cuello y su clavícula. No pude resistirme a marcarle en ese punto intermedio, no tan evidente como el cuello aunque visible y no tan oculto como la clavícula.
Sus jadeos no hacían más que excitarme, cosa que le hice conocer al pegar mi pelvis contra la suya. Sólo nuestras erecciones en contacto podían describir hasta dónde estaba alcanzando nuestra lujuria.
Él me separó por un momento y me invitó a subir al hórreo. Una vez dentro no teníamos más opción que estar tumbados pues la altura nos impedía ponernos de pie. La ventaja era tener resguardo para quitarle los pantalones casi al momento de cerrar la puerta.
Dejé que fuera él quien me quitara la camiseta entre besos y algún que otro mordisco en el cuello. Estaba muy caliente y su rostro sólo parecía rejuvenecerse a medida que sonreía, ya fuera por diversión o excitación.
Me coloqué sobre él tras quitarme los pantalones dejando nuestras erecciones únicamente separadas por la tela de nuestros bóxers. Acompasando un leve movimiento de cadera generando la fricción de nuestros miembros, yo agarré sus muñecas colocando sus brazos por encima de su cabeza mientras le besaba cuidadosamente los labios.
Le besaba suavemente, me alejaba, hacía ademán de volver a besarle pero sin acercarme del todo, lamía sus labios... Jugueteé con sus ganas de tenerme, nuestras ganas de hacerlo.
Acerqué una de sus muñecas a mi boca, la besé y la moví haciendo un recorrido con su mano por mi pecho bajando hasta mi paquete. Solté su muñeca y dejé su mano actuar con total libertad.
Descendí para juguetear con sus pezones, lamiendo, chupando y mordiendo hasta arrancarle cualquier sonido que rompiese la armonía de su acompasada respiración.
Hacía falta algo más, algo que le hiciera hervir la sangre, necesitaba oírle gemir de verdad.
Fui descendiendo inventando distintos recorridos hasta su ombligo. Ahí me asenté jugueteando con sus cosquilleos provocando alguna que otra convulsión hasta que descendí a mi meta.
Al principio sólo era mi aliento a través de la tela, poco después mis dedos acariciando sugerentemente y finalmente mis dientes marcando la forma de aquello que parecía haber tomado toda su vigorosidad.
Deslicé el bóxer usando mis dientes dejando a la vista su perfecta erección. Mi lengua pronto perfiló su forma y escudriñó sus detalles. Pasé mis labios por su longitud dejando que la bola de mis snakebites también estimulasen su miembro. Después imité el recorrido empleando tanto mi lengua como su respectivo piercing a compás con la punta de la misma.
Una vez calentado el falo comencé a chupar como bien sabía hacerlo, jugando con el glande en mi boca y luego succionando toda la polla. No pudo faltar algún lametón a sus testículos ni algún mordisco en su ingle, debía aprovechar el momento.
Mientras yo trabajaba su erección, procuré moverme de forma que pudiera permitirle alcanzar mi paquete, quedando ambos en posición de 69. Era maravillosos oír cómo acallaba sus jadeos gracias a tener mi falo en su boca.
A medida que se la chupaba intentaba abrirle más las piernas y hacer que acercara más su pelvis. Mientras lamía su perineo acercaba más y más mi lengua a su entrada, a lo que sería el verdadero placer entre ambos.
Humedecí un dedo y comencé a acariciar su ano mientras seguía chupando y jugando con su rabo. Él seguía trabajando con mi polla sin ofrecer resistencia alguna.
Cuando tuve metido el primer dedo lo moví con precaución para no hacerle daño. Cuando lo noté listo lo saqué y comencé a lamerlo.
Lo acariciaba con mis labios, lo perfilaba a lametazos e incluso introducía parte de mi lengua dentro. Pude sentir cómo se estremecía.
Seguí alternando entre dedos y lengua hasta que pude meter sin problema 3 dedos. Todavía no estaba del todo dilatado pero lo que quedaba sería más fácil ahora.
Cogí su cabeza y le hice chupármela, casi violando su garganta para que la humedeciera con su saliva. Al tenerla lo bastante mojada se la saqué y comencé a acariciar su ano con mi glande, presionando en el centro de vez en cuando sin llegar a meterla.
Nos estábamos besando, él boca arriba con las piernas abiertas y yo en frente suyo empujando poco a poco mi polla hasta su interior.
Una vez dentro esperé a que se adaptase a la invasión y poco a poco fui marcando el ritmo con cada estocada, acelerando progresivamente.
Sólo podía oír el choque de nuestra piel, la madera a cada movimiento y sus sensuales gemidos que sólo me excitaban más y más obligándome a moverme cada vez con más dureza, clavándola más al fondo y procurando un movimiento más rápido.
El ritmo a momentos descendía por agotamiento o por evitar finales prematuros, pero servían para recuperar la humedad de mis labios en los suyos o para centrarme un poco en la imagen que tenía ante mis ojos.
Un cuadro exclusivo sólo para mi propio deleite.
Pronto acabamos haciéndolo de lado e incluso con él a cuatro patas, siempre masturbándole o masturbándose él mientras yo me aferraba con fuerza al suelo o le sujetaba a él mientras mantenía el ritmo.
Él combinaba sus movimientos con los míos haciendo mucho más placentero el acto.
Perdí la noción del tiempo para cuando noté las contracciones en su ser, se estaba corriendo y yo empujado por la excitación, me dejé llevar corriéndome casi a la vez que él, pero sin dejar de moverme.
Continué un poco más hasta que él quedó saciado, o al menos eso me hizo entender.
Esa fue la vez que tuve sexo en un hórreo, esa fue la vez que le hice mío.
NaiT
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